[Text in Spanish]: Leí la biografía de Freud por Louis Breger a raíz de la noticia que en su momento le dedicó la sección «Babelia» del diario El País. Nunca se me hubiera ocurrido escribir una palabra sobre ella —uno ha leído ya demasiados disparates sobre Freud y el psicoanálisis—; si finalmente me tomo el trabajo de hacerlo es porque reconozco que el elogioso comentario que le mereció a Ramon Riera, en el pasado número de Intercanvis, me dejó preocupado.
Recuerdo que en mi infancia existía una colección popular de biografías que llevaba el título genérico de Vidas Ejemplares. En ella se podía uno encontrar la vida y obra de Santa Teresa, la de Beethoven o la de Ramón y Cajal, pongamos por caso, narradas siempre en un tono de burda exaltación, de modo que poco menos que parecían todos santos. Con el correr de los años, esta moda tan ridícula pero a la vez tan propia de aquella época fue dando paso a un nuevo estilo de hacer biografías y, como suele ocurrir con frecuencia, caímos en el polo opuesto: de la hagiografía a la desmitificación; lo que ahora se lleva es el desnudamiento despiadado, la disección morbosa de las entrañas más íntimas de nuestros personajes ilustres. Como dice Ernest Jones, a diferencia de las personas comunes y corrientes, ellos parecen no tener derecho a una vida privada. La cosa no deja de ser injusta, porque —y ahora se entenderá mi referencia a las «vidas ejemplares»— está por demostrar que la vida privada de nuestros grandes hombres y nuestras grandes mujeres deba ser necesariamente ejemplar. De hecho rara vez lo ha sido, pero a la postre nos da igual; normalmente nos basta con que hayan dejado un legado interesante o una obra de provecho para la humanidad o la cultura. Recuerdo el escandalazo que se organizó hace unos años en Viena a raíz de una exposición de cierto pintor que representaba la vida sexual de Franz Schubert: el compositor de los más hermosos y poéticos lieder era por la noche un empedernido masturbador, cuando no un frecuentador de burdeles, lo que por cierto le llevó a morir de sífilis a la edad de 31 años. Sin irnos tan lejos en el tiempo, pensemos en Nietzsche, Schopenhauer, Dostoievsky, Kafka, Mahler, Thomas Mann, Gustav Klimt, Oskar Kokoschka, Van Gogh o el mismo Ramón y Cajal (la lista sería interminable); sus vidas distaron mucho de ser ejemplares, pero no por ello su obra dejó de ejercer una gran influencia en la cultura de nuestro tiempo. Más no quisiera pecar de ingenuo. No se me escapa que esta tendencia a la desmitificación de ciertos autores que han sido decisivos a la hora de establecer eso que se ha dado en llamar modernidad, no es un fenómeno azaroso o casual, o simplemente debido a la moda. Sabemos por el contrario que responde a una estrategia perfectamente calculada, dirigida a socavar las bases más sustanciales del pensamiento y la cultura del siglo XX. Ya pasó con Marx, con Brecht, con Passolini, con Sartre… Evidentemente, Freud no podía quedar indemne.
La creciente ola de antifreudismo a la que estamos asistiendo comenzó en realidad a mediados de los años 70 en los EEUU, coincidiendo justamente con el auge de la moderna psicofarmacología. Los fuertes intereses […]
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