Discomfort in the psychoanalyst

[Text in Spanish]: 1. En 1972, Anna Freud publicó un artículo en el que manifestaba su impresión de que en el psicoanálisis ya no quedaba títere con cabeza. La situación era «revolucionaria y anárquica». No se salvaba ni la asociación libre. La interpretación de los sueños había cedido la plaza a la interpretación de la transferencia, y la transferencia misma, que ya no era un comportamiento espontáneo e idiosincrásico del paciente se había transformado en un fenómeno inducido por las interpretaciones del analista. La rigidez y la anarquía se habían convertido en extremos recíprocamente necesarios entre los cuales todo podía criticarse. Transferencia y resistencia, aquella definición de mínimos a la que Freud se remitía para identificar su invento ya ni eran mínimos ni eran nada en lo que todos coincidieran. Hace 29 años, dentro de la IPA.

1.1. Además no era la primera vez que la controversia parecía adueñarse del campo. En un Londres en plena guerra los psicoanalistas ya habían encontrado tiempo para batirse a propósito del impacto kleiniano, dividiéndose en grupos, si bien sin salirse de la institución.

1.2. Por su parte el impacto lacaniano no disfrutó de un contexto «suficientemente bueno» como para permanecer dentro de la organización o llegar a ser objeto de negociación con posibilidades para los que quisieran un middle group. Se quejaba Braunstein (1994) al encontrar un artículo de Laplanche (1992) en el que éste se lamenta que el psicoanálisis, comenzando por Freud mismo, no reconociera que la represión y el inconsciente se encuentran en el Otro antes que en el niño, en los padres y la tata antes que en el futuro Hombre de los Lobos, como si el Otro (con mayúsculas), recuerda Braunstein, no estuviera ya en la carta nº 52 de Freud y como si él, Laplanche, no hubiera sido discípulo y paciente, ni le hubiera dirigido su tesis sobre Hölderlin, aquel que dijo que el inconsciente es el discurso del Otro.

2. Este breve repaso nos sugiere que el malestar en el psicoanalista quizás sea casi tan viejo como el psicoanálisis mismo. O tal vez ni siquiera sea malestar sino sólo la situación en la que naturalmente debemos encontrarnos. Si como decía Subirats el otro día en las Jornadas de la ACPP se espera que un joven universitario cambie once veces de trabajo en su vida y recicle a fondo su formación otras tres ¿por qué hemos de aspirar a disponer de una estabilidad que casi nadie tiene en estos tiempos?

3. A mi me parece, y además lo he leído por ahí, que el psicoanálisis vive en una crónica crisis de identidad, y que esa es la fuente del malestar. Pero también pienso que dicha crisis de identidad deriva de una pretensión que tienen muchos analistas, a disponer de una originalidad, a una extraterritorialidad, a un derecho de excepción (que es como Milner define el narcisismo) respecto de todo lo demás, que resulta excesivo y que es una fuente constante de tensiones, a veces útiles, generalmente no. […]

Guillermo Mattioli
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