[Text in Spanish]: Si me lo permiten, comenzaré con una cita: «Por hipocresía llaman al negro moreno; trato a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas, y al mozo de mulas, gentilhombre del camino». De este modo denunciaba Quevedo el empleo de eufemismos en la literatura y las costumbres de su tiempo. Pero el gran poeta no descubría nada nuevo. El miedo del ser humano a las palabras, es decir, a la realidad nombrada por ellas, está en el origen de los rodeos, embozos y disfraces de que siempre se ha valido para hermosearla o maquillarla. La negación de la muerte, por ejemplo, ha enriquecido la lengua con decenas de voces y perífrasis edulcorantes: por no morir nos vamos al otro barrio e incluso al otro mundo, al cielo o a la gloria, hacemos el último viaje para pasar a mejor vida; o bien dormimos el sueño de los justos o el sueño eterno, o aspiramos a descansar en paz: es decir, tratamos de dormir y viajar para sostener la ilusión de no morir.
La función social del eufemismo
El eufemismo cumple, pues, la función social de designar un objeto insoportable o enojoso y los efectos desagradables o molestos de este objeto sin nombrarlos expresamente. Con eufemismos dignificamos profesiones y oficios: el jefe de camareros es el maître; el cocinero, el chef; el azafato, el auxiliar de vuelo; el perito, el ingeniero técnico, y el médico, el doctor. Recurrimos a voces o perífrasis eufemísticas para soslayar los nombres de actos que nos dejan en mal lugar: nos resulta menos llevadero sudar que transpirar y escupir que expectorar, y preferimos tener la regla que menstruar. El eufemismo nos permite también atenuar situaciones penosas, como la vejez, que ya se quedó en tercera edad, y muchas enfermedades y defectos a los que aludimos —y eludimos— con nombres imposibles y siglas mareantes. Con sustitutos encubridores tratamos asimismo de evitar agravios étnicos o sexuales, como los que supuestamente se cometen si llamamos al negro negro y no subsahariano, y homosexual, y no gay, al invertido. Nótese —dicho sea entre paréntesis— que muchos de estos ejercicios de desguace son préstamos de lenguas que, casi siempre sin razón, se consideran más cultas, precisas, refinadas y elegantes.
La ocultación de la realidad
Sin recursos eufemísticos, esto es, sin metáforas, no habría poesía ni poetas, de modo que no vamos a cargar las tintas donde no debemos, que una cosa es la lengua y otra sus apéndices ideológicos. Pero el eufemismo es una muestra de enajenación con frecuencia perniciosa porque, como dice Fernando Lázaro Carreter, «delata siempre temor a la realidad, deseo vergonzante de ocultarla y afán de aniquilarla». Veamos algunos ejemplos. Bajo el antifaz de la llamada defensa nacional se oculta la industria armamentística, que produce lo que el Pentágono califica de bombas inteligentes, balas limpias y otros artilugios fulgurantes útiles para emprender ataques preventivos, incursiones aéreas, limpiezas étnicas y otras formas de injerencia humanitaria, daños colaterales incluidos. En el ámbito económico, las desigualdades sociales toman el disfraz de simples desequilibrios propios del comportamiento de la economía, que a veces, sobre todo en tiempos de crecimiento cero y crecimiento negativo, obliga a ajustes o remodelaciones de precios, cuando no a flexibilizaciones de plantillas, descontrataciones, desreclutamientos, desregulaciones, incentivaciones de ocupaciones alternativas y aun a reducciones de redundancias. Estos y otros aderezos mendaces no tienen nada de inocentes, como es sabido, y tampoco cabe atribuirlos a la invención de los hablantes. Al contrario, se idean en despachos descollantes y se expanden como infundios gracias, en gran parte, a medios de comunicación diligentes y a periodistas y otros profesionales de prestigio extraviados y propicios. […]
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